miércoles, 2 de marzo de 2011

RECUERDOS. 1.

Hoy ha pasado volando un dragón rojo por el cielo. Lo vi mientras hacía lo mismo que hago hace un mes: recordar. Dibujó unas figuras, llenando casi todo el espacio y desapareció por el horizonte, haciéndose diminuto. Corrí a la cocina para contarle a alguien mi visión pero no había nadie. Llamé por teléfono a papá y se me río tanto. Dijo algo de la imaginación al poder. Volví a mirar el cielo. Quería encontrar alguna huella, o alguna escama caída. Me conformo con haberlo visto y haber alimentado un nuevo instante en mi vida, algo distinto a lo que pasó ayer.

lunes, 14 de febrero de 2011

La respuesta del insecto

Cartas a la mosca (ed. Suri Porfiado, 2010, Buenos Aires) de Laura Forchetti (Coronel Dorrego, Buenos Aires, 1964) es un libro que hace uso de la naturaleza, sus luces, sus flores, sus árboles, sus semillas y sus insectos para desplegar su extremo amor y sencillo erotismo. Todo un herbario sensual que enfatiza la belleza, su capacidad de abrir, de parir, de fecundar, cuando se hace presente el amor. Sin embargo, en esa veintena de poemas, nos confunde quien escribe, quien dice amar, ¿quién es esa persona que ama? y ¿quién, la amada?; ¿es, acaso, la amante una mujer? Y el depositario de ese amor, ¿un hombre? ¿Quién es ese sujeto que se detiene en cada luz, flor y fruto de la naturaleza como si estuviera a punto de escribir su haiku erótico?
Sorprende y resuelve, entonces, su poema n. 26, el anteúltimo, para hacernos recordar que lo que estamos leyendo son cartas. “Hasta siempre/ la abeja”, termina firmando. Súbitamente, el poema, todos los poemas se convirtieron en cartas (¿a la mosca?). Maravilloso cómo nos habíamos olvidado.
Recordamos, así, el título y volvemos al epígrafe: ¡Abeja! ¡Te espero! de Emily Dickinson y damos con el poema base, el intertexto al cual responde Forchetti: “¡Abeja! ¡Te espero!/ justo ayer le decía/ a alguien/ que tú también conoces/ que estabas al llegar. /Las ranas volvieron hace una semana/ están instaladas y andan trabajando. / Los pájaros, la mayoría de vuelta. / El trébol, tan cálido como tupido. / Recibirás mi carta/ sobre el diecisiete. / Contesta. / O mejor, ven conmigo. / Con afecto, la mosca.”
Ahora sí entendemos que esos versos pequeños, llenos de simplicidad y que proponen a la naturaleza como escenario son producto de esta decisión de respuesta: es ahora la abeja la que le responde a la mosca. Y en estas 26 respuestas se despliega todo un arte amatorio de dos especies que nada tienen que ver entre sí pero que, evidentemente, mucho tienen que decirse las poetas.

No todo es miel, los amantes en su recorrido, seguro, afrontarán peligros. “Duermen las serpientes en la arena”, “no sabe/ nada/ del capullo/ de espinas”, “duerme/ la fruta” que podrá hablarnos, acaso, de una iniciación cuando la serpiente despierte o del mito de Perséfone o de la historia de la Bella Durmiente. Incluso Laura Forchetti nombrará el secreto que se olvidó, “la bondad del cielo”, y mostrará colores (principalmente el rojo, el blanco y el negro) como un modo de entender que lo puro convive, y lo demuestra la naturaleza, con lo más bajo, “pensamientos blancos/ de corazón/ violeta casi negro”.
Pronto, de todos modos, en ese periplo de mostrar al otro su amor, volverá ella sola a escribir, desplegándose en múltiples papeles: es ella la escritora, es Emily Dickinson, es otra, es la abeja. Es la que puede mirar de cerca como si sus ojos fueran microscopios, o los ojos mismos de un insecto, para ampliarse, luego, escribir desde la dimensión humana. Todas mostrarán un amor que se extiende para integrar otros personajes, los niños, las hermanas, la madre, el padre, todo un universo familiar, otros frutos, otros insectos, que trabajan con la belleza del mundo, (como Laura), otros libros, otros papeles, otras palabras, otras lluvias. Y por sobre todas las cosas los capullos ardientes que “despliegan unas brillante sexualidad/ para anunciar su deseo”.

8.
podría amarte
el tiempo
en que cae
un pétalo
sin deshacerse

16.
después
de tres
o cuatro días
cesó
el viento
norte

quedan restos
que ayudan
a la noche

23.
que sea una flor
de perfume
nocturno

para llamarte
murciélago
mariposa

domingo, 13 de febrero de 2011

Laura Forchetti. 1.

mientras voy hacia vos
me demoro en los amarillos
que van a alimentarnos
este invierno

el otoño trabaja entre los árboles
y los pájaros ensayan nuevas canciones

un escarabajo
prometió
llevar mi mensaje
a tu ventana

búscalo
entre las cortezas

él sabe
la fecha exacta
de mi llegada

(de Cartas a la Mosca, ed. El Suri Porfiado, 2010, Buenos Aires)

miércoles, 9 de febrero de 2011

La libertad del gato

La ventana está abierta y las cortinas naranjas recortadas flamean escondiendo la silueta de un gato. Ese gato mira. Profundamente. A dos que hacen el amor como si el mundo se estuviese rompiendo en ese mismo instante. Cada uno queriendo fagocitar al otro. Se mueven y el gato sabe de ese intercambio. Lo ve, lo palpa a lo lejos y lo sentencia. Parece que las esfinges aún existen en Buenos Aires, tan moderna que parecía, pero los amantes no reparan en esa presencia, o por lo menos no él. Ella peca por sus ojos.
Él sobre ella está por vibrar y alargar su cabeza hacia el infinito. El gato salta sobre su espalda y es el animal el que quiere hacerle el amor a ella. Una triple unión sin ascenso, sino un reptar del cuerpo.
Algo se vacía y el gato permite, libera. El hombre pierde el conocimiento en su estallido y vuelve a incorporarse proponiendo aire. Los tres ahora se mueven, permitiéndose todo. Ella disfruta, se mueve. El gato la toca, no deja de tocarla. Algo se revierte en ella también, o para ella. Algo está para ella.
Todo termina y desde la ventana se ve como se pone el sol. Buenos Aires aún mantiene en algunos lugares esos hermosos horizontes rojos. Las cortinas siguen flameando y toda la habitación se viste de naranja. Ella está recostada acariciando al gato. Él está recostado, acariciándola a ella.

martes, 24 de febrero de 2009

PÁJARO DE AIRES FRÍOS

mi corazón tiene lanzas está coronado

por la ventana entra el frío y el viento

aunque se haya disfrazado de pájaro

huelo su pico y su aire

no tiene norte

y sé que es él

que no es cuervo

porque posa su beso en mi hombro

y anida y anida y anida

martes, 17 de febrero de 2009

INSOMNIO

Estoy con un insomnio feroz. Tengo aleteos en el cuerpo. La noche, de a poco, va entrando en mí y decido apagar el velador, dispuesta a entrar en el otro reino. Pero no puedo. Los pensamientos se suceden. Resuelvo cosas. Barajo. Me concentro. Me canso, pero no entro en el delirio. Disfruto, me acaricio, me siento, casi en un nivel espiritual, pero no duermo. Estiro el día, lo vivo en su plenitud, bailo, actúo. Condenso y uso esa energía. No entro en la insensatez y eso es lo que más me asusta. Lo que más extraño. Lo que más me hace sufrir. No tener mi momento de desequilibrio real y absoluto.

domingo, 14 de diciembre de 2008

TARDE

El Malba es distinto. Eso es lo que me dijeron cuando llegué quince minutos tarde (veintidós quince) a la última función de la noche (veintidós horas) y no me dejaron entrar.

Estamos de acuerdo en que hay empleados que cumplen su horario religiosamente y que una vez terminado los invade un deseo único y poderoso de huida. Estamos de acuerdo, también, en que existe entre aquellos que trabajan con el público, atendiéndolo o vendiendo, una satisfacción enorme al negarle la entrada, la venta o la atención. En general, áquel que consume se convierten en algo muy lejano al género humano. Se convierten en seres, de la peor calaña, seres insistentes, sin emociones, sin pasado ni futuro. Están ahí con una única función: hacer del trabajo una categoría de defensa y ataque.

Sin embargo, aún cuando cierta comprensión se cuele, hay algo de la política del museo que vibra en lugares alejados de la realidad.

Hay códigos. Está claro que la sociedad está llena de ellos. Y si pensamos en el arte, los encontramos en los pactos internos de cada disciplina. Cuando se trata de un espectáculo también hay pactos. Por ejemplo, el teatro. Nadie se atrevería a armar ningún escándalo porque llegó tarde a la función. Sería una profanación. Un corte en el ritual de la dramaturgia. Ahora bien, el cine no propone nada por el estilo. Cuántas veces nos habremos perdido los primeros minutos de una película e hicimos un esfuerzo enorme por ponernos al tanto de la situación. Casi como un ejercicio mental de unir piezas rápidamente para poder seguir el hilo de la historia. En el cine no hay quiebre porque el pacto, la técnica es otra. No por nada fue, en su momento, una renovación en lo que espectáculo se refiere.

En cualquier cine, en los shoppings o en los de la calle te dejan entrar. En el Malba, que es distinto, no.

¿Por qué es distinto? Evidentemente, si bien hay una estrategia de marketing donde la diferencia es rentable o característica de una personalidad, hay diferencias que simplemente renuevan ciertas distancias originadas en la sociedad.

Mientras bajaba las gradas del museo, indignada y frustrada porque no había podido ver la peli que moría de ganas de ver, sentí que me habían puesto un límite. Me dijeron, hasta acá. Y no se si muchas veces me pasó eso en la vida. Quizás en el amor. De todas formas, me fui pensando si eso que acababa de ocurrir era realmente correcto o no. Y llegué a esta conclusión, todo organismo, empresa, centro cultural, museo, asociación, fundación que promueva, cuide, solvente, muestre, haga arte debe esta en consonancia con las circunstancias de ese país. No debe sustentar la llegada tarde, ni el robo, ni la corrupción, pero sí la empatía con aquellas personas que quizás llegaron tarde porque viven lejos, se rompió el tren, hubo paro, un accidente, se clavó un clavo oxidado mientras caminaba. La prolijidad que camufla cierto elitismo o cierto “únicamente considero correctas las cosas hechas a mi modo” no debería formar parte de un museo. Esteriliza la relación público- arte. O aún, sella lugares. Acá está el arte con sus horarios. Usted, consumidor, ubíquese detrás de esa línea. Lo llamaremos a la brevedad.

Quizás después de quince minutos de la hora fuego, el buen señor de la boletería me podría haber vendido una entrada. Pero las órdenes son las órdenes.

Es sólo una cuestión de actitud.