lunes, 14 de febrero de 2011

La respuesta del insecto

Cartas a la mosca (ed. Suri Porfiado, 2010, Buenos Aires) de Laura Forchetti (Coronel Dorrego, Buenos Aires, 1964) es un libro que hace uso de la naturaleza, sus luces, sus flores, sus árboles, sus semillas y sus insectos para desplegar su extremo amor y sencillo erotismo. Todo un herbario sensual que enfatiza la belleza, su capacidad de abrir, de parir, de fecundar, cuando se hace presente el amor. Sin embargo, en esa veintena de poemas, nos confunde quien escribe, quien dice amar, ¿quién es esa persona que ama? y ¿quién, la amada?; ¿es, acaso, la amante una mujer? Y el depositario de ese amor, ¿un hombre? ¿Quién es ese sujeto que se detiene en cada luz, flor y fruto de la naturaleza como si estuviera a punto de escribir su haiku erótico?
Sorprende y resuelve, entonces, su poema n. 26, el anteúltimo, para hacernos recordar que lo que estamos leyendo son cartas. “Hasta siempre/ la abeja”, termina firmando. Súbitamente, el poema, todos los poemas se convirtieron en cartas (¿a la mosca?). Maravilloso cómo nos habíamos olvidado.
Recordamos, así, el título y volvemos al epígrafe: ¡Abeja! ¡Te espero! de Emily Dickinson y damos con el poema base, el intertexto al cual responde Forchetti: “¡Abeja! ¡Te espero!/ justo ayer le decía/ a alguien/ que tú también conoces/ que estabas al llegar. /Las ranas volvieron hace una semana/ están instaladas y andan trabajando. / Los pájaros, la mayoría de vuelta. / El trébol, tan cálido como tupido. / Recibirás mi carta/ sobre el diecisiete. / Contesta. / O mejor, ven conmigo. / Con afecto, la mosca.”
Ahora sí entendemos que esos versos pequeños, llenos de simplicidad y que proponen a la naturaleza como escenario son producto de esta decisión de respuesta: es ahora la abeja la que le responde a la mosca. Y en estas 26 respuestas se despliega todo un arte amatorio de dos especies que nada tienen que ver entre sí pero que, evidentemente, mucho tienen que decirse las poetas.

No todo es miel, los amantes en su recorrido, seguro, afrontarán peligros. “Duermen las serpientes en la arena”, “no sabe/ nada/ del capullo/ de espinas”, “duerme/ la fruta” que podrá hablarnos, acaso, de una iniciación cuando la serpiente despierte o del mito de Perséfone o de la historia de la Bella Durmiente. Incluso Laura Forchetti nombrará el secreto que se olvidó, “la bondad del cielo”, y mostrará colores (principalmente el rojo, el blanco y el negro) como un modo de entender que lo puro convive, y lo demuestra la naturaleza, con lo más bajo, “pensamientos blancos/ de corazón/ violeta casi negro”.
Pronto, de todos modos, en ese periplo de mostrar al otro su amor, volverá ella sola a escribir, desplegándose en múltiples papeles: es ella la escritora, es Emily Dickinson, es otra, es la abeja. Es la que puede mirar de cerca como si sus ojos fueran microscopios, o los ojos mismos de un insecto, para ampliarse, luego, escribir desde la dimensión humana. Todas mostrarán un amor que se extiende para integrar otros personajes, los niños, las hermanas, la madre, el padre, todo un universo familiar, otros frutos, otros insectos, que trabajan con la belleza del mundo, (como Laura), otros libros, otros papeles, otras palabras, otras lluvias. Y por sobre todas las cosas los capullos ardientes que “despliegan unas brillante sexualidad/ para anunciar su deseo”.

8.
podría amarte
el tiempo
en que cae
un pétalo
sin deshacerse

16.
después
de tres
o cuatro días
cesó
el viento
norte

quedan restos
que ayudan
a la noche

23.
que sea una flor
de perfume
nocturno

para llamarte
murciélago
mariposa

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