miércoles, 9 de febrero de 2011

La libertad del gato

La ventana está abierta y las cortinas naranjas recortadas flamean escondiendo la silueta de un gato. Ese gato mira. Profundamente. A dos que hacen el amor como si el mundo se estuviese rompiendo en ese mismo instante. Cada uno queriendo fagocitar al otro. Se mueven y el gato sabe de ese intercambio. Lo ve, lo palpa a lo lejos y lo sentencia. Parece que las esfinges aún existen en Buenos Aires, tan moderna que parecía, pero los amantes no reparan en esa presencia, o por lo menos no él. Ella peca por sus ojos.
Él sobre ella está por vibrar y alargar su cabeza hacia el infinito. El gato salta sobre su espalda y es el animal el que quiere hacerle el amor a ella. Una triple unión sin ascenso, sino un reptar del cuerpo.
Algo se vacía y el gato permite, libera. El hombre pierde el conocimiento en su estallido y vuelve a incorporarse proponiendo aire. Los tres ahora se mueven, permitiéndose todo. Ella disfruta, se mueve. El gato la toca, no deja de tocarla. Algo se revierte en ella también, o para ella. Algo está para ella.
Todo termina y desde la ventana se ve como se pone el sol. Buenos Aires aún mantiene en algunos lugares esos hermosos horizontes rojos. Las cortinas siguen flameando y toda la habitación se viste de naranja. Ella está recostada acariciando al gato. Él está recostado, acariciándola a ella.

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